20 de enero de 2010

Salto al vacio

El otro día leía (mientras asentía con la cabeza) un artículo de Nando que decía lo siguiente:

"Desde niño he dicho que me gustaría estar una temporada en plan misionero porque tiene que ser una experiencia bonita y distinta a cualquier otra que puedas vivir, pero sinceramente, yo no tengo huevos de irme ahora mismo a Haití, un sitio medio en ruinas con movimientos sísmicos, con riesgo de tsunamis, y donde miles de muertos se amontonan en las calles con el consiguiente riesgo que conlleva eso de todo tipo de plagas."


Como hemos comentado en otras ocasiones irse de misionero tiene que ser una experiencia de esas que te cambian de una forma diferente, algo entre una experiencia ojalá y la Erasmus. Pero lo cierto es que si pensamos en hacer una misión pensamos en un pueblecito pobre con un montón de niños negritos a los que les vas a terminar cogiendo un cariño inimaginable y con los que llorarás a mares el día que te marches.


Pero el misionero tiene que ir mucho más allá: "...Estoy dispuesto a lo que quieras, no importa lo que sea... Llevame donde los hombres necesiten tus ganas de vivir..." y esto a día de hoy es Haití. Hay gente que lo ha dejado todo y se ha ido a un lugar donde el riesgo de infección e incluso de muerte, es altísimo.


Hoy quiero hacer desde aquí una mención especial por esos misioneros (y me da igual que sean cristianos o no) que "han tenido huevos" de irse allí. Gracias porque vuestra humanidad está por encima de la media y, con mucho, sois lo mejorcito de la sociedad.

Gracias.

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